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  • Foto del escritorAmautas Huarmis

“El coronavirus cambió la forma en que se hace ciencia”

Amautas Huarmis responden a preguntas que rondan en la opinión pública sobre COVID-19, la situación actual de Argentina frente a la pandemia, y las formas de hacer ciencia.


¿Cómo ha avanzado la situación de coronavirus en el mundo y como ha ido mutando el virus?

Hoy 8 de abril, estamos en el día 20 del aislamiento social, preventivo y obligatorio, iniciando la última semana de la cuarentena total decretada por el Gobierno Nacional Argentino. Ya se han reportado al menos 1715 casos de personas infectadas y 63 muertes a causa del coronavirus que se lleva toda nuestra atención últimamente. A pesar de que puede resultar alarmante el número, se debe tener en cuenta que nuestro país ha tomado, desde nuestra perspectiva, decisiones correctas y ha prevenido de manera eficiente la propagación del virus; es más, la Organización Mundial de la Salud considera que nuestro país está “no tan en peligro”, como otras regiones de nuestro continente.

Ahora bien, la infección y propagación de esta nueva cepa de coronavirus ha sido declarada por la OMS (como ya sabemos) cómo una “pandemia”, es decir una enfermedad que se ha propagado en todo el mundo, y para el cual la mayoría de las personas no tienen las defensas necesarias (aún) para pelear contra ella. Actualmente, la infección se ha extendido a unos 40 países. El total de casos confirmados en el mundo es de 1.341.907, siendo el total de muertes 74.476. Por lo general, los virus que han causado pandemias con anterioridad han provenido de virus gripales que infectan a los animales, y se transmiten a los seres humanos como el sarampión.

Sin embargo, esta propagación a nivel mundial fue diferente en cada continente, e incluso en cada país. Esta diferencia en la propagación del coronavirus se debe a varios motivos, entre ellos y principalmente a las medidas de prevención y tratamiento de las personas infectadas que realizó cada gobierno y por otro lado a los cambios propios del virus en cuestión.

Se debe tener en cuenta la baja tasa de mortalidad del virus. Por ejemplo, en Argentina, hay 48 muertos al día 6 de Abril, y consideremos que por año en nuestro país mueren más de 32.000 personas por neumonía o por el virus de la Influenza (gripe).

Consideramos que gracias a la medida de aislamiento obligatorio fue posible retrasar el pico de contagios (que se espera para mediados de Mayo) y ganar tiempo para habilitar espacios, materiales (como respiradores), medicamentos, personal de salud, etc y evitar el colapsamiento del sistema de salud (como ocurrió en otros países).

Por otro lado, como sucede con todos los virus, (y todos los organismos vivos) el coronavirus 2, denominado SARS-CoV-2 o síndrome respiratorio agudo severo evoluciona con el tiempo. El virus contiene en su interior material genético, una molécula de ARN de una sola hebra (en lugar de ADN de doble hebra como tenemos nosotros), que gobierna todas las funciones necesarias para que el virus cumpla con su “objetivo”: llegar a una célula del cuerpo humano, dividirse, multiplicarse ARN, recubrirse de armadura (que se llama nucleocápside, compuesta de proteínas y algunos lípidos) y brotar de esta célula para continuar infectando a las células vecinas. Al multiplicarse hace miles de copias de sí mismo, y la máquina fotocopiadora que utiliza la encuentra en nuestras células. En este proceso, esta máquina fotocopiadora puede cometer errores, y a esto es lo que llamamos “mutaciones del virus”. Aunque estas mutaciones no lo vuelven más letal (más peligroso), se sabe que ha mutado lo suficiente para diferenciarse de “la versión original” que apareció en China.

Gracias a que los científicos le siguen el rastro a la secuenciación del genoma, hoy se pueden trazar o, en otras palabras, el “desarrollo filogenético” para relacionar su anterior evolución con la nueva. El genoma del virus (la molécula de ARN que se comentó anteriormente) está en continua mutación, y eso es justamente lo que nos permite seguir su trayectoria en los diferentes países y rutas de transmisión. Entender este proceso puede ser clave para el desarrollo de una vacuna.


¿Por qué todavía no existe una vacuna?

Hacer vacunas conlleva mucho trabajo, sobre todo tiempo. Mucho tiempo. A su vez requiere cumplir con protocolos de experimentación y diseño experimental como así también un proceso de aprobación. Esto se debe, entre otras cosas, porque estos virus mutan (o sea, cambian) mucho con el pasar del tiempo, a medida que van multiplicándose y propagándose en las distintas especies.

En primer lugar, para responder a esta pregunta, hay que comprender cómo funciona nuestro cuerpo y su sistema inmune ante una infección y luego qué es una vacuna.

Las defensas de nuestro cuerpo funcionan cuando una célula nuestra (llamada Linfocito B) tiene en su superficie una molécula llamada anticuerpo que es capaz de identificar otra molécula de la superficie del virus llamada antígeno. Funciona similar a una llave (anticuerpo-Linfocito B) que encuentra su cerradura (antígeno-virus). Cuando ese encuentro ocurre, se dispara una respuesta de nuestro sistema inmune para ayudarnos a defendernos del virus. Para que el linfocito B pueda generar un anticuerpo que efectivamente reconozca al antígeno se hace necesario enseñarle, pero teniendo la certeza de que no nos va a hacer mucho daño. Este es el mecanismo de las vacunas. En otras palabras, una vacuna es un preparado que puede contener el microorganismo en cuestión (el coronavirus en nuestro caso) atenuado, o sea, no-virulento, o alguna de las proteínas de su armadura que generen la producción de anticuerpos en el ser humano. Una vez el Linfocito B crea el anticuerpo para ESE VIRUS, siempre que lo vea en nuestro cuerpo lo reconocerá y activará una respuesta inmune temprana para combatirlo y eliminarlo de nuestro cuerpo...

Una vacuna funciona imitando una infección, pero leve sin provocar enfermedad, y le daría tiempo a nuestro cuerpo de generar inmunidad y fabricar los anticuerpos necesarios. A veces, después de aplicar una vacuna, la imitación de la infección puede provocar síntomas menores, como fiebre. Esos síntomas menores son normales y previsibles mientras el cuerpo desarrolla la inmunidad.

La fabricación de vacunas es difícil y lleva tiempo, principalmente porque al tener alta tasa de mutación, se vuelve difícil “seguirle el rastro”. Sin embargo, el SARS-Cov-2, el virus que causa la nueva enfermedad de coronavirus) no tiene una tasa de mutación más alta que, por ejemplo, el HIV. Existen otros motivos que ralentizan la producción de vacunas y es que los investigadores deben asegurarse que la vacuna sea segura y cause la respuesta inmune correcta sin generar otros problemas adicionales. Hay muchas fases de pruebas tanto en el laboratorio como en pruebas clínicas que deben completarse antes de que podamos comenzar la producción a gran escala de una vacuna. Esto lleva años. Sin embargo, algunos países están comenzando a probar algunas opciones, saltándose algunos pasos antes mencionados (los que puedan ser salteados, sin generar perjuicios en nuestra salud). En EE.UU, China y algunos países de Europa ya están en la etapa clínica con algunas vacunas y se espera que dentro de 12 a 18 meses, obtengamos una vacuna en el mercado.

Una cosa muy distinta son los fármacos antivirales, que son medicamentos que afectan directa o indirectamente la máquina de reproducción (o copiadoras) del virus. Actúan directamente en los focos de infección, es decir nuestro sistema inmune no tiene intervención alguna, pero en última instancia lo ayudaría a actuar con más tiempo pudiendo reducir el tiempo que los pacientes pasan en las UCI . Lo bueno de buscar antivirales es que no partimos de cero, cosa que sí pasa con el desarrollo de vacunas. La estrategia elegida para esta pandemia consiste en reutilizar medicamentos ya aprobados para otras enfermedades y que se sabe que son en gran medida seguros. (Esto nos ahorra años de investigación y desarrollo que implicaría la búsqueda de nuevos antivirales). Ya se conocen muchas drogas antivirales que actúan sobre otros microorganismos infecciosos (parásitos, bacterias, otros virus, etc), aprobadas por entidades internacionales y que en este momento están siendo probadas en los laboratorios. Hasta ahora hay cuatro candidatos.

Actualmente la OMS ha coordinado el lanzamiento de un estudio global de los cuatro tratamientos de coronavirus más prometedores: un compuesto antiviral experimental llamado remdesivir; los medicamentos contra la malaria cloroquina e hidroxicloroquina; una combinación de dos medicamentos contra el VIH, lopinavir y ritonavir; y esa misma combinación más interferón beta, un mensajero del sistema inmune que puede ayudar a lisar los virus. Si bien han surgido algunos datos sobre el uso en pacientes con COVID-19 con estos tratamientos, la OMS considera que es necesario un ensayo con una mayor variedad de pacientes para obtener resultados concluyentes sobre su efectividad. Para ello a convocado a numerosos países a participar de este megaestudio, entre los cuales se encuentra nuestro país.


¿Qué políticas crees que harían falta para prevenir una pandemia a futuro?


La planificación estratégica a la hora de pensar en políticas públicas puede allanar el camino a futuras ocasiones en las que el mundo tenga que ponerse al servicio de buscar una solución. Como toda planificación indica hay que tener en cuenta diversas variables, ser flexibles y pensar a corto, mediano y largo plazo. Los Estados Miembros de Naciones Unidas aprobaron 17 Objetivos como parte de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible hace ya casi 5 años, donde constituyen un llamamiento universal a la acción para proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las personas en todo el mundo.

  1. El Objetivo N°.3: Salud y Bienestar nos convoca a pensar y ejecutar políticas en el acceso universal a salud pública de calidad. Todos los países deberían tener: “cobertura de salud universal, incluida protección de riesgo financiero, acceso a servicios esenciales de atención médica de calidad y acceso a medicinas y vacunas esenciales que sean seguras, efectivas, de calidad y asequibles para todos”. En este sentido, se necesitan políticas públicas de acceso a salud de calidad que privilegien la salud como derecho y no como negocio. Se trata de entender que el cuidado de la salud de todxs lxs ciudadanxs implica también proteger el sistema productivo de la nación y la estabilidad socio-política del mismo. De acuerdo con el Banco Mundial la mayoría de los países necesitaría gastar apenas entre uno y dos dólares por persona por año para alcanzar un nivel aceptable de preparación para una emergencia sanitaria. Eso representa un retorno sobre la inversión de diez a uno, o aún más elevado. Si bien la tasa de mortalidad del virus es menor que para otros casos (3.4% de acuerdo con el informe de WHO en Marzo frente a 9.6% del SARS o 34% del MERS), tiene una alta tasa de contagio y por ello, la exposición implica altas probabilidades de desarrollar la enfermedad. Lo que, en el mismo momento, habrán demasiadas personas con síntomas. Aún si el porcentaje de personas que necesitan atención médica especializada (respiradores y UCI) es bajo, resultan insuficientes la infraestructura y el equipamiento médico para atender dichos casos. Esto significa que la cantidad de muertes registradas, no se debe a la mortalidad del virus en sí, sino a la insuficiente infraestructura médica para atender a lxs pacientes. Es por tanto importante, proteger el financiamiento público para que la infraestructura de salud del país siempre vaya en aumento. Este es un aprendizaje de Alemania en donde la tasa de mortalidad es tan sólo de 1.2% porque se disponían con antelación de 34 camas en cuidado intensivo por cada 100.000 personas, en comparación con Italia donde esa cifra fue de 12 y en los Países Bajos de apenas 7.

  2. El Objetivo N°.15 de los ODS, se orienta hacia la protección, restauración y utilización sostenible de los ecosistemas terrestres. Este mismo busca gestionar de manera sostenible los bosques, combatir la desertificación y detener y revertir la degradación de la tierra, así como frenar la pérdida de diversidad biológica. En este sentido, es importante cuestionarnos y replantear a que le estamos apuntando cuando hablamos del “desarrollo sostenible” en términos de políticas ambientales. “Destruir la naturaleza desata nuevas enfermedades infecciosas”, afirma un investigador español, y especialista en cambio climático llamado. Alex Richter-Boix Dentro de sus investigaciones ha afirmado que tanto los virus como otros patógenos se encuentran en los animales salvajes. Sin embargo, cuando las actividades humanas entran en contacto con la fauna salvaje, un patógeno puede saltar e infectar animales domésticos y de ahí saltar a los humanos. O bien directamente de un animal salvaje a los humanos. Este investigador destaca la preocupación científica porque de la degradación de los bosques pueden surgir futuras enfermedades como el SARS, el ébola o el Covid-19, ya que todas ellas han emergido a partir de animales salvajes. De hecho, la pérdida de la biodiversidad impulsada por el hombre, ha creado las condiciones propicias para que los nuevos virus y las enfermedades emerjan. La deforestación, la abertura de nuevas carreteras, la minería y la caza son actividades que están implicadas en el desencadenamiento de diferentes epidemias. Adicionalmente, la investigadora Silvia Ribeiro, afirma que la verdadera fábrica sistemática de nuevos virus y bacterias que se transmiten a humanos, es la cría industrial de animales, principalmente aves, cerdos y vacas.De hecho, más del setenta por ciento de los antibióticos a escala global se usan para engorde o prevención de infecciones en animales no enfermos, lo cual ha producido un gravísimo problema de resistencia a los antibióticos, también para los humanos. Sin ir más lejos, dos investigadores argentinos, Maria Guillermina Ruiz y Matías Mastrangelo, proponen la existencia de cinco formas en las que el ser humano transforma el ambiente y crea pandemias: tráfico de fauna, destrucción de ecosistemas naturales, extinción de especies silvestres, cambio climático global y urbanización-globalización. Todos estas cuestiones ambientales, mencionadas y desarrolladas por la comunidad científica, deben ser consideradas y evaluadas a la hora de establecer políticas públicas, ya que generalmente, los Estados gastan una enorme cantidad de recursos públicos en medidas de prevención, contención y tratamiento ante una emergencia como ésta, pero actúan muy poco sobre las causas, por lo que se pueden presentar nuevos eventos a futuro.

  3. Fortalecer el sistema científico y tecnológico del país: La mayor cantidad de laboratorios y personal científico preparado para la detección temprana del COVID-19 ha sido fundamental para aplanar las curvas de contagio. Mientras Alemania hace un promedio de medio millón de test por semana, otros países europeos, como Italia o España, hacen una media que va entre los 50.000 y los 100.000 test por semana. Esto corresponde a más de 7000 test por millón de habitantes. Para el 02 de abril, Argentina realizaba 157 test por millón de habitantes, y no distaba mucho de los datos de los otros países en Latinoamérica. Esta diferencia en la capacidad científica instalada ha influido en disminuir la tasa de mortalidad debida al virus. La detección temprana ha significado la posibilidad de que los pacientes asintomáticos empiecen el aislamiento rápidamente y puedan contagiar a un menor número de personas.

  4. Impulsar la política de ciencia abierta: En la sociedad del conocimiento del S XXI el acceso a la información es determinante. La aparición del COVID-19 ha permitido la colaboración -sin precedentes- entre científicxs de todo el planeta. Plataformas como NextStrain, GISAID, MedRxiv y BioRxiv han habilitado el acceso libre e inmediato a los resultados de investigadorxs de cualquier país con la intención de consolidar respuestas rápidas frente a posibilidades terapéuticas o vacunas para enfrentar el virus. De hecho, la UNESCO instó a 122 paìses a colaborar científica y financieramente en la conformación de grupos de investigación transnacionales cuyas capacidades diferenciales permitan un enfoque interdisciplinar efectivo para frenar la pandemia. En definitiva, la ciencia abierta permite ahorrar tiempo y con ello salvar vidas: se comparte la información de manera que no se cometan los mismos errores y que puedan construir sobre lo que ya han avanzado otros, se distribuyen los costos, se divide el trabajo de acuerdo al acceso a equipos, a ciertas tecnologías e insumos que cada país tenga, fomentando así, y dando impulso a lo que se denomina diplomacia científica.


¿Cómo es la situación de la ciencia en nuestro país?


Desde mediados de marzo, se ha creado la Unidad Coronavirus, integrada por el MinCyT, el CONICET y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i), cuyo objetivo es poner a disposición del sistema sanitario argentino todas las capacidades de desarrollo tecnológico, recursos humanos, infraestructura y equipamiento que puedan ser requeridos para realizar tareas de diagnóstico e investigación sobre el COVID-19.


Dentro de las acciones de esta unidad se encuentra el desarrollo de kits de detección del virus en base a diversas plataformas tecnológicas, el fortalecimiento de la estrategia nacional de diagnóstico, así como de diversos grupos de investigación que asesoren al Gobierno en materia epidemiológica. A la vez, se está impulsando el desarrollo tecnológico e informático, para la provisión de insumos, equipamiento y respiradores artificiales, entre otros, así como el desarrollo y validación de una aplicación para teléfonos inteligentes.


En el marco de las acciones definidas por la Unidad de Coronavirus, recientemente investigadores del Fundación Instituto Leloir consiguieron producir importantes cantidades de una proteína del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) , esto representa un logro clave para el desarrollo de un test serológicos. Si bien estos test no reemplazan a los test de diagnósticos que se realizan en el Instituto Malbrán, pueden tener numerosas aplicaciones, además de determinar si una persona está o estuvo infectada, podría brindar información sobre la evolución de la pandemia, lo que permitirá tomar medidas acordes para su contención. Por otro lado, puede ser útil para medir el nivel de anticuerpos en sueros de personas que ya se curaron, con el fin de identificar sueros inmunes para posibles terapias. Poder realizar este tipo de desarrollo de punta en nuestro país permitirá que dominemos estas tecnologías, que luego se podrán escalar a bajo costo a través de la industria nacional, lo que también nos independiza de la necesidad de importarlos.


Actualmente se está llevando a cabo un concurso para presentar Ideas-Proyecto orientados a mejorar la capacidad nacional de respuesta a la Pandemia en la Argentina ya sea del diagnóstico, el control, la prevención, el tratamiento, el monitoreo y/u otros aspectos relacionados con el COVID-19. La Agencia I+D+i destinará hasta la suma en pesos equivalente a US$ 5.000.000 (dólares estadounidenses cinco millones) para el conjunto de los proyectos que resulten ganadores del concurso.


Por otro lado se está realizando una campaña nacional que vincula desarrolladores (makers) y otras instituciones, con el fin de imprimir máscaras de protección facial para centros de salud y otras instituciones de todo el país que lo requieran, según los estándares internacionales.


También, para los que queremos aprender un poco más sobre otros temas, se encuentra habilitada la plataforma Cont.ar con una programación variada de contenidos que invitan a los televidentes a experimentar, a hacerse preguntas, a jugar y a combinar la ciencia con otras disciplinas como la música, la cocina, el deporte, la moda, la filosofía, las artes plásticas y todo aquello que sea parte de nuestra vida cotidiana generando un acercamiento entre la ciencia y la sociedad. La programación incluye desde un stand up científico, hasta reallity’s, series y documentales relacionados con la ciencia. Para acceder solamente hay que crear una cuenta en la plataforma CONTAR, cuando quieras y desde donde quieras, es totalmente gratuita la suscripción.


“El coronavirus cambió la forma en que se hace ciencia”, ¿qué opinas de esta frase?


En cierta manera, podríamos decir que si. Esta pandemia ha obligado a la comunidad científica internacional a modificar la forma y los tiempos para comunicar o divulgar un nuevo conocimiento. Además, vemos en los últimos días un sinfín de análisis desde todas las disciplinas científicas. Todos valiosos. Se han realizado valiosos aportes tanto desde el área de la biología celular y molecular, ingeniería electrónica, medicina, epidemiología así como también desde la sociología y antropología, y hasta filosofía. Estamos re-pensandonos.

En cuanto a la forma de comunicar, por ejemplo, tradicionalmente el mecanismo de publicación científica es la que llamamos revisión por pares: científicas y científicos escriben lo que han descubierto en un artículo, o paper, se lo envían a un editor/a de una revista, quien se lo envía a expertxs en el campo que se denominan revisores y que suelen permanecer anónimos. Lxs revisorxs pueden normalmente hacerles preguntas a lxs autorxs, sugerirles cambios, decirles si faltan evidencias, si hay errores y finalmente decidir si el artículo tiene o no, mérito para ser publicado. Este proceso completo en sí demanda mucho tiempo, con mucha suerte de 6 meses a un año como mínimo. ¿Y, por qué esto es así? Mediante este mecanismo se “valida” el nuevo conocimiento generado (conocimiento sobre el que otros podrán apoyarse para seguir avanzando) y los científicos ganan reputación, avanzando en la carrera.. Este largo proceso de publicación, sumado al hecho de que las revistas en las que son publicados estos artículos no son de acceso libre y abierto, es decir, que está restringido a aquellos que paguen una membresía, terminan por retrasar en cierta forma la comunicación y en consecuencia el avance del conocimiento, en el contexto de una pandemia, en este caso.

Por lo anterior es que la mayoría de las revistas científicas han tomado la decisión en los últimos meses de liberar sus accesos y flexibilizar el proceso de revisión por pares sin perder la rigurosidad científica.

Específicamente todas las investigaciones del brote de coronavirus revisadas tienen acceso abierto inmediato, o están disponibles gratuitamente al menos durante la duración del brote. Los resultados de las investigaciones están disponibles a través de servidores de pre-impresión (o sea, antes de la publicación de la revista), o a través de plataformas que hacen que los documentos sean de acceso abierto antes de la revisión por pares y están al alcance tanto para las comunidades de investigación, como para las autoridades de salud pública y la OMS.

Estas prácticas de divulgación han permitido por ejemplo que los investigadores hayan identificado y compartido cientos de secuencias del genoma viral y por otro lado de que se hayan coordinado el lanzamiento de más de 200 ensayos clínicos que reúnen a hospitales y laboratorios de todo el mundo.

A juzgar por todo lo acontecido ante esta amenaza del COVID-19 podemos decir que los imperativos normales como el crédito académico se han dejado de lado y ha dejado asentado sobre la mesa que la colaboración y asesoramiento en materia de conocimiento científico-tecnológico, tiene carácter universal, y presenta en un papel predominante a la comunidad científica internacional al trabajar mancomunadamente en busca de la mejor solución para todxs.


Esto nos conduce a intensificar la producción de conocimiento profundizando la colaboración recíproca entre científicxs, de una forma que facilite la interacción y la producción colectiva más efectiva en su capacidad de dar una respuesta a las necesidades de esta problemática en plazos de tiempos record.

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